Como cada año, fieles a sus cuarteles de invierno, las grullas ya han regresado a España. Escandalosas, elegantes, de belleza serena, nórdica, las grullas ya están en las rastrojeras y dehesas buscando comida. Con sus trompeteos rompen el silencio gélido de los campos de Salamanca. Un año más, sus bandos geométricos ya dibujan el plomizo cielo invernal con líneas ordenadas, sinuosas y plenas de poesía viva.
Como otras aves gregarias (gansos, patos, avefrías, etc), viajan en bandos para protegerse de los depredadores, grandes águilas que las atacan en vuelo, y mamíferos, como el lince o el zorro, que tratarán de sorprenderlas cuando forrajean y, sobretodo, durante la noche. Para evitarlo se agrupan para convertirse en un equipo de ojos siempre atentos a cualquier movimiento y al más imperceptible chasquido de ramas que puedan delatar al zorro que repta sigiloso hasta poder dar el salto definitivo.
Si nos fijamos con detenimiento, podremos comprobar como estos bandos están formados por la suma de familias, ya sean parejas de adultos y, con suerte, parejas de adultos acompañados del pollo o dos pollos del año. El color pardo de las caras de los jovenzuelos los delatará. El carácter fiel y familiar de las grullas las ha convertido en símbolo de la fidelidad y del trabajo en familia. Durante todo el otoño e invierno y durante los dos largos viajes entre el norte de Europa, donde crían, el sur de Europa, donde inverna, las familias permanecen unidas. Los dedicados padres enseñarán a sus hijos todo lo que necesitan para sobrevivir (donde buscar comida, cuando huir, de que huir, los debidos protocolos sociales que deberán respetar dentro de un bando, etc.), Finalmente, solo se separarán cuando la pareja inicia una nueva época de cría.

Por todo esto y por mucho más, merece la pena visitar cada año, y con todo el respeto del mundo, sus lugares de invernada. Nosotros ya lo hemos hecho y nos hemos vuelto a enamorar de ellas.